Sólo algunos periódicos recogen la noticia:
“Más de mil personas se han manifestado este domingo en Durango (Vizcaya) contra el trazado del Tren de Alta Velocidad (TAV) en el País Vasco, convocadas por la plataforma AHT Gelditu Elkarlanean, que se opone a la construcción de esta infraestructura. La marcha se produce cuatro días después del atentado de ETA que costó la vida a Ignacio Uria , copropietario de una de las empresas que participan en las obras.”
¿Se puede hacer uno eco de esta noticia, darla de manera tan aséptica que no desate las furibundas iras de algún ecologista desquiciado? Vaya por delante la idea de que la mayoría de estos colectivos nos merecen la mejor de las opiniones e incluso son movimientos necesarios para la conservación del planeta en buenas condiciones el mayor tiempo posible, pues todos sabemos que dentro de mucho tiempo nuestro habitáculo seguirá de manera inexorable el camino de Marte o de la Luna o de todos los planetas conocidos, por no decir del Sol, cuando a éste se le acabe el combustible: dentro de muchos millones de años, pero que llegarán.
Pero somos de la teoría de que el conservacionismo a ultranza es absurdo y de que el hombre es antes que la piedra, o la montaña: si hay que horadar una montaña para construir un túnel para que pase el tren o partirla en dos para que pase una autovía no debería haber ninguna duda si con ello se beneficia al ser humano, sus condiciones de vida, que son muy precarias en gran parte de la humanidad, de manera que aún siguen vigentes los versos de Rubén Darío en los que se desean la insensibilidad de árbol y piedra ante los temores e incertidumbres del ser humano:
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente.
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