
Parece que nos hemos vuelto locos. Parece que el panem et circenses de los antiguos romanos está más vigente que nunca en el país de los 6 millones de parados, aunque, eso sí, la prima de riesgo está siendo domesticada por los misteriosos designios de los mercados, beneficios que llegan con cuentagotas -si es que llegan- a los sufridores votantes.
Durante tres días días a la semana, en las últimas fases de las eliminatorias europeas, los españoles estamos henchidos de gozo porque dos equipos de la capital han llegado a la fínalísima y un tercero, el Sevilla también en la otra final, o sea, que el 75% del potencial futbolístico europeo está en nuestras botas. También somos líderes en paro: ocupamos un primerísimo lugar en esta lacra y doblamos la media de Europa. Todo esto viene muy bien al gobierno de turno: nuestras mentes están bastante más tiempo ocupadas pensando en los éxitos de nuestros equipos favoritos.
Una muestra de esta demencia es que las entradas para la finalísima de la copa de Campeones que tendrá lugar en Lisboa se cotizan en la reventa entre los 1.500 y los 5.000 euros y la reservas en los hoteles se elevan ya hasta los 1.600 euros por noche: la crisis no llegó a tantos miles de aficionados, a no ser que algunos enajenen su patrimonio, a la manera de cómo algunos mejicanos vendían sus colchones para ver a Manolete
El fútbol pues nos obsesiona: en la televisión el pasado martes el minuto más visto del día, con 11.575.000 espectadores y un 51,8% de cuota de pantalla, correspondió al partido entre el Bayern de Munich y el Real Madrid. ¡Más de once millones de personas pendientes de la pantalla! Y si el fútbol interesa tanto como parece al telespectador,
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La locura del fútbol