Nunca fue un poeta con suerte, así, en el aspecto personal, murió consumido por la tuberculosis en una cárcel franquista – en el reformatorio de adultos de Alicante- habiendo pasado antes por las vicisitudes que nos cuenta José Carlos Rovira, responsable del Año Hernandiano:
“Desde
junio de 1941 al 28 de marzo de 1942, cuando muere, pasan casi ocho
meses en los que sabemos que a fines de noviembre inicia Hernández un
combate final e imposible por la supervivencia: alojado en la enfermería
de la cárcel, con tuberculosis, hay una serie de acontecimientos a su
alrededor que, más que con la literatura, tienen que ver con la historia universal de la infamia: acosado por las visitas de tres sacerdotes (Almarcha, Vendrell y Dimas), que buscan su conversión y la abjuración de sus ideas, Hernández resiste a aquel caritativo infierno negando sobre todo su retractación política,
lo que impide, seguramente por acción del principal de esta tríada
infernal, Luis Almarcha, que se le traslade a la última posibilidad de
supervivencia, el sanatorio antituberculoso valenciano de Porta Coeli”
Antes de llegar a esta situación terminal ya había sufrido el desprecio de los poetas de buena familia –Lorca, Alberti entre otros- por sus orígenes rurales, un cabrero al fin y al cabo, y sin formación académica: lo llamaron “epígono genial” y “poeta demasiado raro” a pesar de ser el poeta de los versos exactos en “ Cancionero y romancero de ausencias” escrito en la cárcel: “En el fondo del hombre / agua removida” y de su poesía al servicio del pueblo como en “Rosario, dinamitera de Viento del pueblo”: “Dinamiteros pastores, / vedla agitando su aliento / y dad las bombas al viento / del alma de los traidores”.
Tags: literatura, sociedad
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