Si el consumo de tabaco representa en España un volumen importante en losgastos sanitarios y sociales que son casi diez veces más elevados que losbeneficios económicos que produce y a pesar de eso se sigue vendiendo es evidente que el Estado da primacía a la libertad de cada individuo de decidir aun en contra de su salud. Todo lo anterior se puede decir de la otra droga legal, el alcohol,
que produce pingües beneficios y quizá más gastos sanitarios, con la
diferencia de que al no ser un gas como el humo del tabaco- todo gas tiende a la expansión-
el consumo es individual e intransferible al contrario que el tabaco
que lo fuma todo el que está alrededor del adicto al volátil alcaloide
que es la nicotina.
Lo
cierto es que el tabaco es un fenómeno y una epidemia sociales que el
gobierno ha querido regular con bastante decisión para preservar el
derecho de los no fumadores, lo que está produciendo gran cantidad de
reacciones interesadas no exentas en algunos casos de demagogia y en
otros llenas de humor, como en el caso de Moncho Alpuente:
“Esta
vez sí que os han bajado los humos”, sentenciaba un gracioso y los
delatores catecúmenos se entrenaban escrutando con el ceño fruncido en
el interior de los bares liberados, husmeando ceniceros, espiando los
gestos rutinarios de los posibles infractores que sacaban la cajetilla
del bolsillo e incluso se llevaban a los labios el incriminador y
ponzoñoso cilindro antes de apercibirse, o de ser apercibidos, de que
estaban a punto de cometer un crimen de lesa sanidad”
O de Juan Madrid:
“Ya
no hay cabarés, ni cabareteras, y ahora, ni siquiera, bares donde uno
pueda estar tranquilo echándose un pitillo o un Montecristo del cuatro
o, en su defecto, una Faria de la Coruña del número uno. Las cosas van
cada vez peor y parece que sin solución. Se han propuesto jodernos la
vida y lo están consiguiendo a marchas forzadas. Pero ¿quién nos quita
ahora la mala leche? ¿Lo sabe alguien? Supongo que si llego a viejo voy a ser un viejo con bastante mala leche”