Esperemos que esta versión
a lo bestia de la Memoria Histórica
satisfará a todo el mundo, a las dos Españas, al
destinado en La Haya Garzón, a todos los jerarcas
civiles y eclesiásticas, a todas las personas a las que se le erizan
los cabellos cuando se les menciona el tema, a las fuerzas
antidemocráticas que creíamos habían pasado a mejor vida, como
aquella que tuvo un papel tan decisivo en la contienda fratricida del
36 o el pintoresco sindicato que apela a la limpieza
de sus manos, a todos, a todos, aunque el proyecto haya tenido su
origen en la subsecretaria de Cultura, Mercedes del Palacio.
Esperemos que los incansables detractores de todo lo que sale del
actual y casi amortizado gobierno – Pons, Cascos, Arenas y
Cospedal nos esperan anhelantes- perdonen esta medida que no
tiene dimensiones económicas sino de justicia y
que además tienen la ventaja de que no hay que remover ni fosas ni
cunetas: sólo facilitar datos de los avatares que sufrieron y que en
muchos casos tuvo un efecto multiplicador: si, por ejemplo, más de 60.000
maestros fueron depurados por la Junta de Burgos,
bajo la eficiente dirección de don José María Pemán y Pemartín,
el del “Divino Impaciente”, el de las Terceras de ABC, el Super
Numerario del Opus Dei, en aquellos tiempos en que no existían familias
monoparentales ni bodas homosexuales, cada maestro tendría a
su cargo, por lo menos a 4 personas, o sea, 300.000 personas depuradas
porque decían que estos peligrosos trabajadores de la tiza
eran afectos a la República. En total la
subsecretaria dice que este ambicioso proyecto permitirá rescatar una
cifra de más de cuatro millones de afectados por la represión
franquista.
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