Cada uno le pone el nombre que le parece a los sucesos de Valencia. Nos ha parecido oportuno llamarlo asonada
, aunque también podría ser un alboroto, algarada, bulla, bullanga,
tumulto, revuelta, disturbio, desorden, perturbación…Al parecer toda ha
comenzado porque los recortes presupuestarios están omnipresentes, afectan no solo a los bolsillos de los funcionarios: también a todo tipo de instalaciones, como la calefacción en los colegios e institutos. Y los alumnos de uno en concreto, el Luis Vives, han tenido la osadía de manifestarse por estas carencias.
Estos insensatos, a los que, por razones de edad les hierve la sangre, -ahora también habrán comprobado cómo además les sube la adrenalina, la bilirrubina y las testosterona cuando se les viene encima un armario entrenado con la porra en la mano
blandiéndola sobre sus cabezas- no sabían en qué lío se iban a meter.
No tenían ni idea del jardín en que se iban a meter, no habían calibrado
que Mariano Rajoy anda muy fuerte y que la policía se iba a contagiar de esa su fuerza que, como dice su jefe de Valencia, ha convertido “en el enemigo” a estos tiernos adolecescentes, de ambos sexos, aprovechando que ETA ahora no mata y que los delincuentes económicos de su Comunidad tienen al parecer una bula que tira para atrás, como se demuestra en los juzgados y en las urnas.
Este fenómeno que amenaza con extenderse al resto de las Comunidades,
está teniendo muchas lecturas, las más impactantes son las provenientes,
como no podía ser de otra manera, de los medios conservadores, de los de ultraderecha, de la caverna en general, algunos tan rotundos como Losantos, que sentencia:
“Vamos a ver si nos explicamos bien (…) al PP le van a dar más que a
una estera haga lo que haga, de manera que no se arruguen porque la Policía le ha abierto la cabeza a un sinvergüenza (…) no se arruguen que es peor, si ustedes dan señal de debilidad los machacarán”.
Y este siniestro tipo, Carlos Dávila, no se queda corto tampoco: