Hasta que el árbitro no ha pitado el final del partido –y casi durante todo el encuentro que ha durado más de siete años- un determinado grupúsculo muy bien identificado, formado por varias generaciones unidas que abarcan desde abuelos que no han dudado en llevar a sus nietos de la mano hasta jóvenes engominados, los oídos de Zapatero no han dejado de oír unos molestos silbidos acompañados de insultos variados que han alcanzado hasta a los restos del capitán Lozano y por supuesto a sus hijas sin discriminar que ha sido su última presencia en público, como el día de la Constitución, o en sus otras apariciones en que una increíble falta de educación y un exceso de rencor rompían el sagrado silencio que debe imperar en una ofrenda a los caídos por España –y si les apetece también por Dios-, momento en que jamás cayeron tan bajo los abueletes con nietos incorporados, señoras burguesas, ninis engominados u obreros del metal si es que por casualidad ha habido alguno.
Estas actuaciones han molestado a bastante gente, una de ellas a Javier Casqueiro, redactor jefe de El País que decía al día siguiente de los abucheos a Zapatero al bajar del coche el día de la Constitución :
“Hay que tener mucho rencor, memoria destructiva, resentimiento, mala baba, el corazón espeso, la mezquindad en el cerebelo para vivir en la desdicha de levantarse un día festivo, con ese frío, y llevar a los niños o incluso a los nietos a gritar “¡fuera, fuera!” al coche blindado y con los cristales tintados de una persona que se ha dejado buena parte de sus últimos ocho años de vida en su trabajo -más o menos afortunado, ese es otro debate- por el conjunto de todos los españoles. Esa actuación requiere un examen psicológico, no un análisis o post político. ¡Qué ejemplo!”.