En el centenario de su nacimiento se multiplican los homenajes a su figura. De entre todos hemos seleccionado una visión del poeta por otro poeta, García Montero, la de un novelista puro, Muñoz Molina, que analiza la soledad del poeta-pastor de cabras- en Madrid, y la indisimulada desvergüenza de Guerrero Zamora
Luis García Montero:
“… conviene defender la altísima calidad y la originalidad de sus dos obras maestras: El rayo que no cesa y Cancionero y Romancero de ausencias. Miguel Hernández escribió mejor en la culpa y la necesidad que en el himno y la certeza. El desvalimiento sexual y la miseria afectiva consolidan la maestría formal de su carnívoro cuchillo y de su rayo amoroso. Y la culpa que siente por su comportamiento con Ramón Sijé le permite escribir una elegía de dolor desmesurado, pero íntimo. Después de militar con Sijé en el nacionalcatolicismo y de escribir poemas y obras de teatro pidiendo que los campesinos obedezcan a Dios y a los caciques, Hernández descubre que el mundo intelectual madrileño mira hacia otra dirección y cambia de opinión y de ambiciones. Al morir Sijé se siente un traidor y escribe un poema que conmueve. Pocas veces las exageraciones retóricas alcanzan una cota de sinceridad íntima”
Antonio Muñoz Molina:
“…Miguel Hernández, que persiguió con calculada adulación y sincero fervor a tantos de sus contemporáneos -la adulación y el fervor, en su caso, eran compatibles-, quizá no tuvo entre los literatos de Madrid ningún amigo de verdad salvo Vicente Aleixandre. En la intemperie de su vida había una soledad que no aliviaba nadie: Ya vosotros sabéis / lo solo que yo voy, por qué voy yo tan solo. / Andando voy, tan solos yo y mi sombra.
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