Dos semblanzas de Esperanza Aguirre: una en la que se le prodigan elogios desmedidos –“Se va, en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia, la mejor cabeza política de España” y otra en la que se la vitupera – “El secuestro y explotación, para beneficio propio, de la radiotelevisión pública madrileña es un auténtico monumento a la manipulación y la tergiversación, al abuso de poder y la insolente censura, al descaro político, la inmunidad, la intolerancia y la soberbia”
En el primer caso pertenece a Sánchez Dragó:
“Estado de ‘shock’. No es para menos. Se va, en uno de los momentos más difíciles de nuestra historia, la mejor cabeza política de España, la más coherente, la más valiente, la única, quizá, que de no haber sido acorralada por los suyos podría haber evitado o mitigado lo que ahora sucede y poner coto al monumental entuerto que se avecina.
Juro que no lo digo por amistad, aunque se la profese, sino por convicción: la del título del libro de Ángel González al que hoy parafraseo en el encabezamiento de este artículo escrito a vuelapluma, a vuela asombro, a vuela orfandad, a ‘bon jour’, ‘tristesse’: la de que Espe se nos vaya, la de que el último asidero se rompa en añicos…
Podía, al menos, qué caramba, haber tomado tan dura decisión cuarenta y ocho horas antes: las necesarias para estar en Nimes, junto a su amigo Vargas Llosa, el día en que José Tomás ganó el Nobel de la tauromaquia. El próximo año la veremos por allí.