
Ya se puede decir con un margen de error nulo que dos humanos inmaduros, entre 2 y 6,22 años de edad –precisamente las de Ruth y José-, han sido incinerados en una hoguera, hecha sobre una placa de hierro,-similar a un horno crematorio artesanal- en la que la temperatura ha podido llegar hasta los 800 º C, los suficientes para destruir el ADN.
El terrible caso podía haberse resuelto en un par de días si el informe de la policía que tuvo a su disposición los huesos encontrados en la hoguera no los hubiera confundido con huesos de pequeños animales, de roedores. El tesón y la clarividencia de la familia de los pequeños, sobre todo de la madre, hizo que se encargara un nuevo informe a un investigador particular, el antropólogo Francisco Etxeberría y otro de la propia policía al experto en antropología dental José María Bermúdez de Castro, que han manifestado que un simple análisis visual, anatómico, puede dilucidar que se trata de restos humanos óseos. Dos informes de prestigiosos antropólogos que han determinado que los más de 200 restos óseos y seis dientes hallados en una hoguera prendida en la finca por el padre de los niños desaparecidos no eran restos de pequeños roedores —como determinó hace más de diez meses la Policía Científica— sino de humanos menores de edad.
Estamos pues ante un grave error policial que “ha empañado una investigación que estuvo desde el primer momento bien orientada y que no escatimó esfuerzos para esclarecer el caso. Desde el principio se trabajó acertadamente en la hipótesis de una venganza del padre de los niños contra su mujer, que había pedido el divorcio, y las pesquisas se centraron en la finca de los abuelos paternos, en la que los niños habían sido vistos por última vez.
Hay que celebrar que este triste episodio llegue a su desenlace, pues aunque la tragedia de los niños no puede ya evitarse, al menos sí las angustiosas incertidumbres de su familia y el esfuerzo inútil de una investigación que parecía condenada a seguir dando palos de ciego. Cabe ahora pedir una investigación interna para determinar dónde y por qué se produjo semejante error en el trabajo, casi siempre certero, de la Policía Científica.Y si se observara negligencia, exigir las responsabilidades que correspondan”, como dice hoy El País, en su editorial Error de laboratorio
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