
Por una vez y sin que sirva de precedente imitamos a Losantos en la formación de adjetivos facilones y previsibles, como, cuando sus campañas contra Gallardón, se inventó lo de gallardoniano o gallardonita -desde que es ministro de Justicia hasta comienza a caerle simpático-. Por lo tanto usamos el mismo sufijo y ahí tienen un flamante adjetivo.
No vamos a tildar al juez de estajanovista por haber sudado tanto el sueldo ni al paciente duque por haber aguantado tan estoicamente tantas horas de interrogatorio –para muchos inquisitorial-, total, para decir que el culpable es su socio y que la princesa no tiene nada que ver en esta historia…
Si vamos a referirnos a los dos actores principales de este circo judicial y mediático, al juez y al duque, pero a través de las simpatías y fobias que ambos provocan en determinados medios.
Urdangarin –dicen que sin tilde al ser un nombre vasco- hereda de Losantos su animadversión a todo lo que proceda de la Zarzuela y su actitud es calificada por este, en su columna de El Mundo de “Chulería y cobardía”:
“Urdangarin, tras el numerito de valentón para incautos, se acobardó, se arrugó, rehuyó su obligación, fingió ignorancia, culpó a su socio de trinques y evasiones fiscales y, para engañar al público y al presidente, es decir, a la opinión y al juez, se dedicó a hacer como que exoneraba a su esposa, cuando, en realidad, la ponía a su nivel para exonerarse a sí mismo (…) Resumen del primer asalto: toda chulería esconde miedo o cobardía”.
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