Creo que, haciendo una pausa en nuestra ajetreada existencia –o no tanto-, vale la pena leer hasta el final este artículo de Antonio Muñoz Molina en el que pueden verse las bases del desbarajuste actual, en el que ocurrían cosas tan cotidianas y pintorescas como
“Por
un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche
de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud
depolíticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura”
O “un curso de espíritu rociero para maestros organizado por nuestra Junta”
O cuando fue director del Instituto Cervantes de N.Y ver a “autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales
que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o
comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir
periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía”
Y más desmanes que nos cuenta Muñoz Molina que aquí no actúa como escritor sino como un espíritu crítico al que le duele su tierra –y las demás tierras-
y donde sugiere para enmendar la situación que “cada uno a lo suyo, en
lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre
el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y
abierta y no de una tribu ancestral”
Hora de despertar
“He
pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que
España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio,
sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos.