El 10 de enero de los corrientes nos llenamos de miedo y precaución cuandonuestro Señor Don Rajoy afirmó que “no habría un banco malo en España”durante una entrevista con el presidente de Efe, Álex Grijelmo, además de que iba “dar la cara” ante la crisis económica y “no se iba a esconder”.
A partir de ese momento, y aun sin la experiencia adquirida en los siguientes meses, comenzamos a hacernos a la idea de que, más pronto que tarde, tendríamos en España “un banco malo”. Este ha llegado antes de que acabe el estío, un día antes de la implantación del IVA –el mismo que acaba de pronunciar (desde su solemnidad los presidentes no hablan, se pronuncian) que no va a subir en 2013 (¡¡¡socorro!!!), un día antes de que el coste de la vida pegue el gran subidón en casi todo: Telefónica ya ha metido el 21 a las facturas de septiembre por algo consumido en agosto, de que la gente comience a morirse menos: la funerarias también se han ido al 21, e incluso nuestrostiernos párvulos deberán emplear menos material en su aprendizaje: también le han aplicado el 21. Etc
Ha llegado, pues, el “banco malo” –no me resisto a entrecomillar este nuevo invento- que dicen va a ser un agujero negro donde van a ir a parar todos los productos tóxicos de los bancos, que es como se denomina los centenares de miles de viviendas que poseen los bancos, o porque no las han podido vender o porque se las han quitado a sus dueños mediante la ejecución de las hipotecas que con tanta facilidad concedieron, porque no creo que un banco malo no sea aquel que, según El Jueves, nos puede atacar desde los cajeros lanzándonos ladrillos.
Más bien el banco malo, -el ‘banco malo’ tendrá hasta 15 años para ser rentable“ será una sociedad que tiene el objetivo de vender el lastre del ladrillo de las entidades rescatadas en un plazo de 10 a 15 años y tendrá una participación del Estado máxima del 50%.