Una boda extraordinaria con la que, según Enrique Miguel Rodríguez, ha vibrado Sevilla. Ha hablado de ella con tanto entusiasmo el periodista, colaborador de Carlos Herrera en Onda Cero, que he sentido un impulso irresistible de ir ala Razón.es, el diario que dirige tal que así Paco Marhuenda, el conocido tertuliano, uno de los pocos adalides que le están quedando al rajoyano partido.
Una boda que, por tanto, no debe ser ajena al blog que se inició con ínfulas sociopolíticas, por su dimensión social y porque muchos políticos acudieron a ella, entre los que destacan el ministro Arias Cañete; el vicesecretario general de Política Autonómica del PP, Javier Arenas y el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido. Del resto de invitado el cronista E.M.Rodguez les destacará a los principales, aunque no es difícil confeccionar una lista en las que están inexcusablemente lo más granado de la aristocracia andaluza y española y amigos de los padres de los contrayentes, gente que ha destacado en la vida por algo, caso del Butanito o de Antonio Burgos, uno de los jinetes del Apocalipsis. Y esto siendo un bienpensante –word no te deja escribir “biempensante”- y sin recurrir a las argucias y malevolencia de Alfonso Guerra cuando dijo que si se quería saber quién pertenecía a la trama Gürtel no tenía más que examinar la boda imperial y escurialense de la hija de José Mª Aznar.
Dejemos por tanto a Enrique, que ese si que sabe, contar con el gracejo que lo caracteriza, la boda de la hija de Carmen Tello, separada hace 11 años de Miguel Solís y Martínez Campos, marqués de Valencina, y donde da jabón a todo lo que se pone por delante, comenzando lógicamente por la Casa de las Casas, la de Alba:
“El miércoles pasado en la divertida hora de los «fósforos» de «Herrera enla Onda», se hablaba de las bodas con pretensiones. No participo en esa sección, pero al incorporarme cariñosamente les afeé, sobre todo a Lorenzo Díaz, ya que habían confundido los términos al meter en un mismo saco, por pretenciosas y horteras, la boda de Cayetano Martínez de Irujo y la de Farruquito, afirmando que el bailaor iba de «cani» y el conde, de domador.
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