Es una de las cuestiones sin resolver que tiene la nación española, comparable en complejidad a aquellas que se plantean los politólogos de cómo puede funcionar un país fragmentado en 19 autonomías. Cuestión inquietante pues se trata de averiguar cómo un ser corriente le disputa a la divinidad el don de la ubicuidad, que según nos enseñaron en la escuela -entonces no había profesores de religión, esas doctrinas las impartían los enciclopédicos y sufridos maestros-, es una de las características del Ser Superior. Y ese osado es el Mocito feliz que es ubicuo per se: basta que Isabel Pantoja dé un concierto en Albacete para que El Mocito esté detrás chupando cámara o que a Pitia Ridruejo se le haya aparecido la Virgen para que el Mocito Feliz le esté haciendo la competencia a la esposa de San José. Ayer tarde sin ir más lejos le vi haciendo guardia a la entrada del hospital Parque de San Antonio de Málaga: había parido Chabelita, hija de Isabel Pantoja, un nuevo pantojito: había elegido para nacer, lo cual no es poco, la Ciudad del Paraíso.
Le pregunté admirativamente cómo se las arreglaba para estar en todas partes. Sólo me contestó quizá de una manera inconexa:
-Y eso que usted no me ha oído cantar…
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El Mocito Feliz