Ahora en que las actividades semanasanteras van in crescendo en todos los pueblos de España, preferentemente en los del Sur y Levante, en los que toda clase de pregones, triduos, novenas y septenarios tienen su celebración consiguiendo de paso que el paro no afecte nada a los oradores sagrados, cuyo arte oratorio ampuloso y ensalzador dela Pasión de Cristo alcanza su cenit estos días, y en los que el incienso envuelve sus calles mezclado con los aromas de los dulces autóctonos, magdalenas y torrijas a la cabeza, ahora en que teóricamente los lupanares se vacían de clientes, no solo por la crisis, sino además por la época cuaresmal que se inauguró el pasado Miércoles de Ceniza, es una buena opción para el capitalino y para el que se desplace huyendo de todo lo anterior desde su pueblo a la cabecera de la comarca o hasta la capital: ver la película que os recomiendo: El lado bueno de las cosas, una llamada al optimismo, aunque este sea desaforado y e incluso basado en las supersticiones y creencias más inverosímiles de las que Robert de Niro acaba contagiando a todo el mundo… Y aunque los finales felices no vendan mucho, aquí sí lo hay, y el que vayan y acaben bien las cosas es lo que necesitamos todos, más o menos, excepto los catastrofistas que no verían mal que nos cayera un meteorito para culpar al gobierno de turno…
Y si ni me creen, algo altamente probable, lean la siguientes críticas, hombres de poca fe…
“Con un agudo ingenio y resultados satisfactorios (…) buenas críticas y el ‘boca a oreja’ deben de hacer de esta bulliciosa y sincera historia de amor de un perdedor un éxito para la Weinstein Company” (Justin Chang: Variety)
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